HAMBRE DE COMIDA Y CONEXIÓN
- elagroparche
- hace 3 días
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Hoy en día solo hay un par de palabras que se me cuelan a través de la costra capitalina: “Tengo hambre”. 4 años en la #FAO no pasan en vano.
A medio día, cuando salí a la calle, me encontré con Sebastián. Se me acercó, se tocó la boca del estómago y me dijo, “Tengo hambre”. Lo invité a almorzar. Me miró entre indeciso y avergonzado: “Estoy con mi hermana”. Nos fuimos los 3 a echar corrientazo.
A veces siento que solo dar plata es una dinámica quitaculpa. En cambio compartir experiencias, mirarnos solo como seres humanos, sin etiquetas y contarnos las vidas, transforma. Además del hambre que duele en la panza, también hay hambre de conexión que duele en el alma.
Sebastián y Francesca son de Venezuela pero llevan dos años en Colombia. Durante el día se la pasan vendiendo bolsas para recoger lo de la habitación que pagan en Santa fé. Esa es la prioridad, no la comida. Domir en la calle es peligroso, sobre todo para ella. La vez que más duraron sin comer fueron 3 días. Venían de polizones en tractomula desde Barranquilla.
Nos ofrecieron el menú del día: Ajiaco o arroz mixto. No conocen bien el ajiaco. Se decidieron por el arroz.
Hablamos de la familia, de lo que extrañan de Venezuela y de sus platos favoritos. Pasta con caraotas, hayacas, chocolatinas. Por un instante pienso en mis metas del año. En estos días ando armando un tablero con todos los sueños que quiero cumplir e intentando visualizarlos. Se me ocurre preguntarles qué es lo mejor que les podría pasar en este momento y pienso que me van a decir “Que Venezuela se arregle”, o “Conseguir un trabajo” pero Francesca me señala el plato y me responde “Ya nos pasó”. Este microartículo lo escribí el 20 de enero del 2022, pero lo comparto ahora porque hasta el 2025 y gracias a Trump (saludes y bendiciones) quedé desempleada y decidí publicar el sitio web de El Agroparche.